Vaya semanita.
Esta tarde en la FNAC se presenta, por primera vez en España, la poesía completa de Sylvia Plath en edición de Bartleby. Personalmente tengo mil razones para ir a la cita. Quizá la más importante sea el recuerdo reciente que la traducción de Anne Sexton ha tenido en mi recuerdo de Sylvia. Las dos amas de casa, las suicidas que hablaban de sus muertes, las dos amigas pero sobre todo, las dos enormes poetas.
Por otra parte mañana hay otra cita de lujo, esta vez en la Casa Encendida, a las 20.00 horas en la sala audiovisual. Quienes descubrimos a Arnaldo Calveyra en aquella edición de Tusquets de 1997 todavía estamos sorprendidos. Mañana presenta su poesía completa este ya anciano poeta, de nuevo de la mano de Adriana Hildalgo Editores, que ha publicado sus excelentes dos últimos libros. Como presentadores de lujo, Olvido García Valdés y Edgardo Dobry.
Papi, por Sylvia Plath
Tú ya no, tú ya no
Me sirves, zapato negro
En el que viví treinta años
Como un pie, mísera y blancuzca,
Casi sin atreverme ni a chistar ni a mistar.
Papi, tenía que matarte pero
Moriste antes de que me diera tiempo.
Saco lleno de Dios, pesado como el mármol,
Estatua siniestra, espectral, con un dedo del pie gris,
Tan grande como una foca de Frisco,
Y una cabeza en el insólito Atlántico
Donde el verde vaina se derrama sobre el azul,
En medio de las aguas de
Yo solía rezar para recuperarte.
Ach, du.
En tu lengua alemana, en tu ciudad polaca
Aplastada por el rodillo
De guerras y más guerras.
Aunque el nombre de esa ciudad es de lo más corriente.
Un amigo mío, polaco,
Afirma que hay una o dos docenas.
Por eso yo jamás podía decir dónde habías
Plantado el pie, dónde estaban tus raíces.
Ni siquiera podía hablar contigo.
La lengua se me pegaba a la boca.
Se me pegaba a un cepo de alambre de púas.
Ich, ich, ich, ich,
Apenas podía hablar.
Te veía en cualquier alemán.
Y ese lenguaje tuyo, tan obsceno.
Una locomotora, una locomotora
Silbando, llevándome lejos, como a una judía.
Una judía camino de Dachau, Auschwitz, Belsen.
Empecé a hablar como una judía.
Incluso creo que podría ser judía.
Las nieves del Tirol, la cerveza rubia de Viena
No son tan puras ni tan auténticas.
Yo, con mi ascendencia gitana, con mi mal hado
Y mi baraja del Tarot, y mi baraja del Tarot,
Bien podría ser algo judía.
Siempre te tuve miedo: a ti, a ti
Con tu Luftwaffe, con tu pomposa germanía,
Con tu pulcro bigote y esa
Mirada aria, azul centelleante.
Hombre-pánzer, hombre-pánzer, Ah tú…
No eras Dios sino una esvástica
Tan negra que ningún cielo podía despejarla.
Toda mujer adora a un fascista,
La bota en la cara, el bruto
Bruto corazón de un bruto como tú.
Mira, papi, aquí estás delante del encerado,
En esta foto tuya que conservo,
Con un hoyuelo en el mentón en lugar de en el pie,
Mas sin dejar por eso de ser un demonio,
El hombre de negro que partió
De un bocado mi lindo y rojo corazón.
Yo tenía diez años cuando te enterraron.
A los veinte intenté suicidarme
Para volver, volver a ti.
Creía que hasta los huesos lo harían.
Pero me sacaron del saco
Y me amañaron con cola.
Y entonces supe lo que tenía que hacer.
Creé una copia tuya,
Un hombre de negro, tipo Meinkampf,
Amante del tormento y la tortura.
Y dije sí, sí quiero.
Pero, papi, esto se acabó. He desconectado
El teléfono negro de raíz, las voces
Ya no pueden reptar por él.
Si ya había matado a un hombre, ahora son dos:
El vampiro que afirmaba ser tú
Y que me chupó la sangre durante un año,
Siete años, en realidad, para que lo sepas.
Así que ya puedes volver a tumbarte, papi.
Hay una estaca clavada en tu grueso y negro
Corazón, pues la gente de la aldea jamás te quiso.
Por eso bailan ahora, y patean sobre ti.
Porque siempre supieron que eras tú, papi,
Papi, cabrón, al fin te rematé.
(trad. de Xoan Abeleira. Poesía Completa. Bartleby Editores).
Instantes de un castillo de arena, de Arnaldo Calveyra
Lo teníamos con una mano. Sin caer superficie apagada por las
orillas tornasoleadas de la lengua. Por hablarnos casi, murallita
entretenida en el sol demasiado. Te abriré una puerta, una ventana,
una bajamar de aldea.
El mar, la carretera nacional. Ni parada ni tiesa. A tocar con
estos ojos.
En vano unos niños se lo han pedido al mar. Entra, se instala.
Napoleón paralítico que destroza. Canta. La sal, el torreón, la
bandera.
Escúchalo.
Nosotros.
Una niñita basta, consigue atravesarlo, encuentra las cocinas.
Cantamos una marsellesa en el desastre. No lo para. Se cae en
pedazos el puente levadizo.
Difícil tiempo.
Encuentro aquel esqueleto del sol extraviado en los años.
No, no volveremos.
El agua vertical de la ola color viento. Lejos, ¿por qué no todo
el mar?
La bandera era lo que más queríamos, lo que más nos gustaba,
la bandera incolor en la luz.
Mañana por la mañana
comments
1 Response to "Sylvia Plath y Arnaldo Calveyra para comenzar la semana"Sí Julio, las dos son ineludibles, sus dos maneras de relacionarse con la muerte son sobrecogedoras para quien lee. La naturalidad cuando uno se enfrenta con ese poderoso y siempre ganador fantasma es difícilisima, por eso ellas seran eternas a pesar de sus muertes.
Que ganas tengo de "enfrentarme" a tu Sexton.
Un abrazo súper.
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