miércoles, 23 de septiembre de 2009

Diego Jesús Jiménez

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Hojeo el libro Coro de Ánimas de Diego Jesús Jiménez, de cuya muerte me enteré tarde. Parece fuera de lugar en este Londres pretencioso, ajeno a aquella España de pobreza y mentira.

Me detengo un segundo ante la impecable letra de la dedicatoria. Por alguna estúpida razón me estremece tocar la tinta de los poetas que han muerto. Y especialmente la de los poetas que han muerto con tanto silencio. Dice Diego: "Veo sólo deshonra ante la muerte". Y no puedo estar más de acuerdo.

Mientras paso las páginas gruesas y espléndidas de esta primera edición de Biblioteca Nueva, voy haciendo paradas hasta pararme en el poema "Noche de Navidad". Página impar, 45. Leo. Me detengo.


NOCHE DE NAVIDAD

Te veo vivo
y sin consuelo,
padre. Aun a pesar de todo. Viendo
la vieja calma
del tilo, la fresca sombra
del ciprés, la senda
de la hormiga.
Tú, padre, cómplice
del mal,
no salgas; no saques ya
la oreja y la nariz, que luego
corres por estos campos
del trigo, se te hace el paso loco, y tu mala
memoria, pisa la siembra
y cantas.
¡Que aún pertenece
a todas estas cosas
tu dolor!
¡Padre, padre! ¿Otra vez?
Vuelve a esconderte. Vaya, vaya... No hay que sacarlo
de su agujero, porque no ve
y se ciega
con las cosas; y alborota, y le hace mucho ruido
la bebida, y el coñac
le hace ir hasta el pueblo,
y lo denuncian, y no quiere, en esta Navidad,
salirse de las casas. Y entra, remueve los baúles,
las alacenas, saca viejos papeles,
canela, perejil, y huele, huele...
cada garrafa, cada orza
sin vida.

Y es invierno,
y él se mete en el rio, y su catarro
tiembla
junto a los juncos
y la buena hierba. Padre, pero por qué ahora
bailas, ¡qué bien te veo!,
con qué pareja,
en este amanecer, va tu resaca, qué filtro vas a darle
sin precaución, qué beso en sus encias
o en su enagua
sin sangre, o dentro
del sostén.
¡Padre! ¡Padre!,
a qué este escándalo; ¿no ves...?, ¿no ves ... ?
Si ya te lo decía, y no haces caso
nunca.

Ven, ven, si tú estás muerto
ya. Hala, hala...,
no beses más aquí, ¡no le tires del pelo! Padre...
Si hace seis años de tu muerte.

Pero cómo decírtelo, si saltas, si no oyes, si va tu boca
casi al alba, y llegas a la alcoba, entras al dormitorio,
nos despiertas, te vas...
¡Qué amor habrá encontrado, si su aire
es de cansancio, y su camino es de tijeras y algodones
y gasas!

Aquí, si cada nochevieja
vengo, si en el bolsillo, junto a la voz de tu cadera
pongo
serpentinas, si traigo varias copas de más, y una botella
para ti. ¡Con qué cuidado
se la bebe! Y bromas, trucos, monjas sin cuerpo, ángeles, disfraces
de papel, hadas borrachas,
y alegría al andar; si traigo
mi ronquera y mi vino, la cal
de la pared de casa, aún en el hombro; y echo de la garrafa
como ladrón devoto
mi caridad.
Si así te sirvo, padre. ¡Pero
qué juerga
piensas! ¡Padre!
Y nada,
nada, no se da cuenta que está muerto
y crece.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Un acto aparte de la Noche en Blanco

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Tiendo a la descreencia. Y ésta se acentúa cuando intuyo mecanismos de teledirección. Las Noches en Blanco se están convirtiendo, quizá lo fueron desde su comienzo, en algo teledirigido. Se marca el día en el que la cultura ha de tener un lugar, se muestra en los medios y se escenifica de cara a los minutos de los informativos. La gente se agolpa en las puertas de los museos como si al día siguiente no pudieran contemplar las mismas obras con la tranquilidad que esa noche ni tendrán ni merecen. Todo por ahorrarse seis euros.

Así que llevo dos o tres noches blancas evitando participar a algún acto al que amablemente se me ha invitado. Como soy perfectamente contradictorio no descarto volver algún día, siempre y cuando crea que el acto no es un relleno más para que cuadren las columnas del programa oficial. Prefiero, y es fácil hacerlo, las noches en blanco espontáneas, las noches de aquelarre un lunes o un martes de la vida con algún amigo canalla y poeta.

De manera independiente, ajena a la noche blanca y como parte de un ciclo de poesía independiente, quería recomendar un acto muy interesante que va a tener lugar en Traficantes de Sueños, el sábado, a las 19.00 horas. Juan Carlos Mestre, Antonio Méndez Rubio y Antonio Crespo Massieu harán un recital de poesía que tengo la plena seguridad de que será memorable. Aunque estoy con la pata un poco vendada, intentaré ir y recomiendo a quien esté cerca, y no tenga impedimientos físicos, que no se lo pierda.

Dejo los tres poemas que han incluido los amigos de Traficantes de Sueños y que hacen innecesario el tener que elegir poemas de tres señores tan buenos en lo que hacen.


En este lugar

Como si pudiéramos leer el mundo
la inestable infinita correspondencia
de formas la semejanza y sus contornos
el enigma o asombro repetido de la luz
la fugaz eternidad de nube o pájaro
y aún los astillados hirientes fragmentos
de la historia sus catástrofes sucesivas
Como si algo perdido recóndito
un origen o promesa o término
tuviera sentido y lo distante
se aproximara como el pájaro
al silencio y así de improviso
la semejanza se hiciera visible
y sentir el hilo tenue que hilvana
hechos sucesivos analogías
trenza figuras teje y desteje
traza signos sorprende imprevistos
En este lugar que de nuevo exige
como hábito el coraje y la lucidez
mira las horas: la palabra nace
como urgencia necesaria aliento
y se teje con la acción y la pausa
ilumina explica convoca llama
es temblor se adelgaza se busca
en la espera se encuentra en la luz
Como si pudiéramos leer el tiempo
entender el mundo descifrar
el oculto alfabeto los signos heridos
olvidados piedra árbol o razón
como si la claridad nos perteneciera
en este lugar

Antonio Crespo Massieu


Las cartas sobre la mesa

Lo que hay en el silencio
del que se hace memoria
es más mortal que tú. Y ya es decir.
Guárdalo, cuídalo. Es la llave invisible
con que los amos creen aparecer.
No conocen ni aclaran
la obligación de comprender.
El empedrado suda. El aire busca el aire.
La nada no es certeza. ¿Qué, pues? Hay
también la destrucción de las preguntas. En confianza:
tú los oyes, los miras.
Pero ni eso les sirve, nos sirve, de consuelo...


Antonio Méndez Rubio


Fragmento de La Tumba de Keats

Llueve, llueve sobre las cúpulas bruñidas por el beneficio,
sobre los estandartes empapados por la usura del comercio llueve,
llueve sobre los muros del Pontificado y los altares de lo Absoluto,
todo el día llueve bronce sobre las campanas, sangre sobre las espuelas, llueven monedas de oro sobre el árbol de los abstinentes,
llueve saliva de óxido sobre la teogonía de los metales,
sobre las estatuas fundidas con la brevedad de los hombres,
llueve sobre las llagas barrocas de la fe y sobre la corona de espinas, sobre San Sebastián según un modelo de Bernini atravesado por el acero,
llueve la polilla del psicoanálisis sobre las negras sotanas,
llueve en las afueras del hombre y en las cercanías del otro hombre que va en él,
llueve sobre una mujer, la lluvia deja de ser lluvia, la mujer deja de ser mujer,
llueve sobre lugares húmedos y el agua de los estanques favorable a la peste,
llueve sobre los puentes y sobre el jardín en la casa de las prostitutas,
llueve sobre los muchachos amenazados por el resplandor de la velocidad
y el reclinatorio de los que van a morir a la edad de los príncipes.
Aquí hay otra escritura, aquí amor y pájaros góticos contra la solemnidad del eco,
aquí las viejas semillas, la madera de cruz plantada por la mano del romano,
el burgo erigido hace ahora dos mil bajo las estrellas que inventó Copérnico,
el mausoleo en cuya avaricia vive predestinada Roma, desvalida y esclava,
el déspota que huye hacia otra ciudad que no existe en un caballo de hierro.
Este es el lugar donde el escéptico le da la mano al inmoral
y llamo inmoral a aquél que carece de la virtud de reconocerse en el otro,
el insumergible en su mina de talco, el que ejerce la jerarquía como innato derecho
y construye su tormento sobre la escoria de otros,
el obsesivo en la negación de los actos ajenos,
el impostor que muta, el himno con el que se alaba lo que se desprecia,
la cautela ante el gozo.
Hablad voces de la decrepitud, hablad bajo los párrafos inciertos
del que padece memoria,
lo que bajo las costillas del puente dedicado a la memoria de Umberto Primero
es escritura de la gran cloaca romana,
allí donde la deformación de la belleza conduce el pensamiento
del hombre a la embriaguez,
donde la persistencia de la hermosura abre su ojo de cíclope y extravía a los adúlteros
por un paisaje con niebla.


Juan Carlos Mestre

lunes, 14 de septiembre de 2009

Viene Keats

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Demasiado tiempo fuera. Y mis dos comentarios pensados para después del verano se han trastocado cuando he visto que queda poco para que se estrene en EE.UU la nueva película de Jane Campion, basada en el amor entre el inmortal Keats y Fanny Brawne.

Sé que la Campion va a abusar del vestuario, de la música empalagosa, del paisaje y de los travellings y grúas. Tengo pocas dudas de que habrá unos cuantos momentos repollo. Pero la elección de Ben Whishaw como John Keats me parece acertada por su tono de voz, por ser poco conocido y porque me han gustado otras interpretaciones que he visto de él. Y la poesía que Campion habrá metido, del poeta y de ella misma, posiblemente compensen todo lo demás. En realidad, me darán igual los momentos repollo. Quiero ver la película ya.

Quiero ser Keats por dos horas, morir a los 25 y ser eterno.

http://movies.nytimes.com/movie/421643/Bright-Star/trailers


Añado aquí la reseña del NY Times escrita por A.O. Scott:

John Keats was a Romantic poet. “Bright Star,” which tells the tale of Keats and Fanny Brawne, the love of his short life, is a romantic movie. The vernacular of popular culture and the somewhat specialized language of literary history assign different meanings to that word, but the achievement of Jane Campion’s learned and ravishing new film is to fuse them, to trace the comminglings and collisions of poetic creation and amatory passion.

This is a risky project, not least because a bog of cliché and fallacy lies between the filmmaker and her goal. In the first decades of the 19th century, some poets may have been like movie stars, but the lives of the poets have been, in general, badly served on film, either neglected altogether or puffed up with sentiment and solemnity. The Regency period, moreover, serves too many lazy, prestige-minded directors as a convenient vintage clothing store. And there are times in “Bright Star” when Keats, played by the pale and skinny British actor Ben Whishaw (“Perfume,” “I’m Not There”), trembles on the edge of caricature. He broods; he coughs (signaling the tuberculosis that will soon kill him); he looks dreamily at flowers and trees and rocks.

But these moments, rather than feeling studied or obvious, arrive with startling keenness and disarming beauty, much in the way that Keats’s own lyrics do. His verses can at first seem ornate and sentimental, but on repeated readings, they have a way of gaining in force and freshness. The music is so intricate and artificial, even as the emotions it carries seem natural and spontaneous. And while no film can hope to take you inside the process by which these poems were made, Ms. Campion allows you to hear them spoken aloud as if for the first time. You will want to stay until the very last bit of the end credits, not necessarily to read the name of each gaffer and grip, but rather to savor every syllable of Mr. Whishaw’s recitation of “Ode to a Nightingale.”

Keats’s genius — underestimated by many of the critics of his time, championed by a loyal coterie of literary friends — is the fixed point around which “Bright Star” orbits. Its animating force, however, is the infatuation that envelops Keats and Brawne in their early meetings and grows, over the subsequent months, into a sustaining and tormenting love. Mr. Keats, as his lover decorously calls him, is diffident and uneasy at times, but also witty, sly and steadfast. The movie really belongs to Brawne, played with mesmerizing vitality and heart-stopping grace by Abbie Cornish.

Ms. Cornish, an Australian actress whose previous films include “Stop-Loss,” “Candy” and “Somersault,” has, at 27, achieved a mixture of unguardedness and self-control matched by few actresses of any age or nationality. She’s as good as Kate Winslet, which is about as good as it’s possible to be.

Fanny, the eldest daughter of a distracted widow (Kerry Fox), has some of the spirited cleverness of a Jane Austen heroine. A gifted seamstress, she prides herself on her forward-looking fashion sense and her independence. She is also vain, insecure and capable of throwing herself headlong into the apparent folly of adoring a dying and penniless poet, something no sensible Austen character would ever do.

If it were just the poet and his beloved, “Bright Star” might collapse in swooning and sighing, or into the static rhythms of a love poem. And while there are passages of extraordinary lyricism — butterflies, fields of flowers, fluttering hands and beseeching glances — these are balanced by a rough, energetic worldliness. Lovers, like poets, may create their own realms of feeling and significance, but they do so in contention with the same reality that the rest of us inhabit.

The film’s designated reality principle is Charles Brown (Paul Schneider), Keats’s friend, patron and collaborator and his main rival for Fanny’s attention. For Brown, Fanny is an irritant and a distraction, though the sarcastic intensity of their banter carries an interesting sexual charge of its own. In an Austen novel this friction would be resolved in matrimony, but “Bright Star,” following the crooked, shadowed path of biographical fact, has a different story to tell.

Brown and Keats are neighbors to the Brawne brood in Hampstead in 1818, when the story begins. In April of the following year the poets are occupying one-half of a house, with Fanny and her mother and siblings on the other side of the wall. After nine months Keats, in declining health, is dispatched to Italy by a committee of concerned friends, but until then he and Fanny consummate their love in every possible way except physically.

Ms. Campion is one of modern cinema’s great explorers of female sexuality, illuminating Sigmund Freud’s “dark continent” with skepticism, sympathy and occasional indignation. “Bright Star” could easily have become a dark, simple fable of repression, since modern audiences like nothing better than to be assured that our social order is freer and more enlightened than any that came before. But Fanny and Keats are modern too, and though the mores of their time constrain them, they nonetheless regard themselves as free.

The film is hardly blind to the sexual hypocrisy that surrounds them. Fanny can’t marry Keats because of his poverty, but Brown blithely crosses class lines to have some fun with (and impregnate) a naïve and illiterate young household servant (Antonia Campbell-Hughes). That Fanny and Keats must sublimate their longings in letters, poems and conversations seems cruel, but they make the best of it. As does Ms. Campion: a sequence in which, fully clothed, the couple trades stanzas of “La Belle Dame Sans Merci” in a half-darkened bedroom must surely count as one of the hottest sex scenes in recent cinema.

The heat of that moment and others like it deliver “Bright Star” from the tidy prison of period costume drama. Ms. Campion, with her restless camera movements and off-center close-ups, films history in the present tense, and her wild vitality makes this movie romantic in every possible sense of the word.

 

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